La corteza prefrontal
«La corteza prefrontal»
No hace tanto tiempo, para estudiar las funciones de una parte determinada del cerebro lo que se hacía era proceder a su ablación, extirpación, en animales, de la parte que se quería estudiar y analizar qué ocurría después. Obviamente esto no se puede hacer con humanos, sin embargo las lesiones resultantes de accidentes, tumores, intervenciones quirúrgicas en el cerebro, etc pueden ser equiparadas a la ablación de determinadas zonas cerebrales en los animales.
En la literatura científica al respecto, es paradigmático, y un clásico, el caso de Phineas Gage. En el mes de septiembre de 1848, la vida de un joven capataz de la línea de ferrocarriles dio un vuelco a partir de un terrible accidente laboral. En ese momento, su trabajo consistía en volar rocas con explosivos para permitir así el paso de las vías de tren, y necesitaba para ello colocar pólvora y arena en un agujero perforado en la piedra. Lamentablemente, un error en el procedimiento hizo que, cuando este obrero intentaba compactar la pólvora colocada en la cavidad utilizando una barra de metal, saltase una chispa. La explosión de la mezcla se produjo a escasos centímetros de la cara del joven y, como resultado, la barra de metal de un metro de longitud y unos tres centímetros de diámetro le atravesó el cráneo entrando por la mejilla izquierda y saliendo por el centro de la calota craneana, cortando así las conexiones de la región prefrontal con el resto del cerebro.
Phineas Gage recobró la consciencia unos minutos más tarde. Gran parte de sus lóbulos frontales del cerebro habían dejado de existir como tales. Sin embargo, Phineas Gage no sólo sobrevivió a esta experiencia, sino que fue capaz de recobrar la mayor parte de sus habilidades mentales y pasó a la historia como uno de los casos más estudiados en Psicología.
Tras escasas 10 semanas las funciones del cerebro de Gage parecían haberse recuperado casi automáticamente, como si los tejidos celulares del cerebro hubiesen sabido reorganizarse para compensar la ausencia de varios centímetros cúbicos de lóbulo frontal. El médico que le atendió estaba impactado por el hecho de que Gage estuviese consciente y fuese capaz de hablar en el momento en el que entró en su consulta y que su paciente se recuperase a los pocos meses. Lo que le llamó la atención fue que, aunque objetivamente el capataz no parecía tener déficits intelectuales ni de movimiento importantes, su personalidad parecía haber cambiado a raíz del accidente. Phineas Gage ya no era exactamente el mismo.
Al contrario de cómo era antes, Gage se había vuelto caprichoso, irreverente, impaciente cuando se le contrariaban sus deseos, ideando un plan de acción tras otro que nunca llevaba a cabo, ofensivo en sus palabras y burlándose de los demás de manera cruel; en suma: como si hubiese vuelto a la niñez más desinhibida.
Lo que ocurrió es la pérdida de las trabas sociales y morales que nuestra civilización nos ha impuesto y que, gracias a la capacidad inhibidora de la corteza prefrontal sobre nuestros instintos más primarios, somos capaces de respetar. También la capacidad para anticipar y planificar el futuro, la organización temporal de la conducta, el sentido de la responsabilidad hacia sí mismo y hacia los demás, la posibilidad de adaptarse a un entorno social complejo a costa de reprimir las propias tendencias instintivas, lo que podría resumirse por juicio ético y conducta social.